El hecho de no comer carne desarrolló en mí un amor desmedido hacia las frutas y todo tipo de vegetales. No sé si puedo pensar en algo que no me guste (hablando de lo natural, claro, porque las cosas "con sabor" a naranja no me gustan, por ejemplo), es un amor que me sobrepasa.
Hoy fui inmensamente feliz cuando llegué a la cocina y vi que vino mi abuela. Un fuentón lleno de duraznos y otro lleno de ciruelas, más un pan dulce (amo el pan dulce!) y un par de cosas más. En la heladera había compota de duraznos, frutillas con azucar, palta y kiwi.
Lo único que me falta para ser completamente feliz son unas cerezas. Mi estómago agradece.
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