Dos días antes de mi cumpleaños, el 28 de abril, aparecí en casa con una gatita blanca y negra de 4 meses llamada Bella. No fue una decisión impulsiva, pero sí fue una sorpresa para la gente que me rodeaba. Costó muchísimo que mis papás se adaptaran a tener un bichito caminante y que maullaba dando vueltas por la casa, pero funcionó.
No les puedo explicar lo feliz que me hace tenerla conmigo. La adoro, la miro y se me cae la baba, me quedo estupidizada viéndola jugar o simplemente dar vueltas. En este momento sonrío mirando las poses que hace mientras duerme en mi cama. Me encanta cuando todas las mañanas viene hasta mi puerta, maulla y rasca para que la deje entrar a dormir conmigo un ratito. Cuando me muerde cariñosamente para que le haga mimos, o cuando apoya sus patitas en mis piernas cuando estoy en la pc para que le golosinas. Hasta la quiero cuando se me para sobre el escritorio e intenta cazar el puntero del mouse en el monitor como si fuera un mosquito. No me arrepiento ni un segundo de haberla adoptado, de haber decidido tener una mascota y elegirla a ella. Porque si pudiera la volvería a elegir una y otra vez, aunque me robe la comida, se esconda debajo de las macetas y me mordisquee los lápices mientras dibujo.
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