Después de varios meses nos volvimos a encontrar. Él siempre tan imponente, tan absoluto. Yo siempre tan chiquita frente a su inmensidad. Al principio fue frío, doloroso, sentir tan lejos las melodías que algunas vez supieron ser mi voz. Pero de repente descubrí que mis dedos no se habían olvidado de como debían moverse. Mis manos estaban un poco oxidadas y sus movimientos eran toscos, pero todavía sabían lo que tenían que hacer, sabían como hacer vibrar las cuerdas. Ya no quiero dejar de intentar ser mejor por miedo a no poder superarme.
Me falta tanto.
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